La visita supone, en teoría, un
simulacro de la vida en el noviciado; dándonos la oportunidad de despertar,
orar, comer y trabajar junto con los novicios como parte de su rutina diaria.
Pero, y siento que hablo por todos, terminó por ser una experiencia de Jesús,
vivida no desde la rutina de tareas cotidianas, sino desde el “sentir y gustar”
cada cosa que hacíamos.
Como parte del cronograma estaba
visitar el sector de la carucieña, compartir con comunidades eclesiales de base
que hay reúnen… estar, hablar, reír, cantar con gente buena, que quiere seguir
a la persona de Jesús, que busca trabajar por un mejor país, que luchan por
mejorar día a día. Sin duda, desde mi punto de vista, son un ejemplo de
humildad, fraternidad y carisma, expresada desde la particular “jodedera”
venezolana, que en definitiva, me hicieron sentir como en casa.
Otra de las cosas que me encanto
de la experiencia, desde ese paisaje desértico que yo particularmente desconocía,
fue Acompañar a los novicios en sus visitas a las comunidades de pavía, compartir
con personas que desde lo poco que tienen, ofrecen a los muchachos comida y
hospedaje cada fin de semana. Allí pudimos compartir con los más pequeños,
catequesis, cantos, juegos, que nos hicieron sentir a los jóvenes, y a esos que
ya son tan jóvenes, nuevamente como niños.
¡Qué bonito! Formar, aunque sea
por unos días, parte de eso. Observar, desde sus testimonios, la batalla
personal y espiritual, difícil pero hermosa de los novicios. Convivir con
quienes, hasta ahora, viven eso que nosotros nos estamos preguntando. Qué
bonito ver que si hay chamos normales, comunes y corrientes, que siguen
apostando por una vida diferente. Qué bonito, hacernos más amigos y darnos
cuenta que al menos nosotros siete no estamos taaaan locos.
Por Juan Diego Hellburg
Candidato a la compañía de Jesús
Excelente experiencia, ánimo.
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